martes, 17 de enero de 2012

El secreto entre los árboles (Parte 7)

Álex se desperezó tranquilamente en su dormitorio. Aún estaba cubierto por el espeso manto que constituían sus suaves sábanas. Quería gozar de aquellos momentos de calma antes de ir a hablar con el gran maestro. Mientras sostenía una mirada perdida a la pared, rememoraba lo sucedido la noche anterior.
<<Todo aquel jaleo con el consejo...Espero poder convencer al gran maestro>> Fue el pensamiento que rondó su mente.

Tardó cinco minutos más en atravesar el umbral de la puerta de la cocina, donde se encontraba Lucía preparando algo de aspecto realmente asqueroso pero que desprendía un intenso y agradable olor.

- Buenos días, cariño.
- Buenos días, dormilón ¿Has dormido bien? Anoche llegaste tarde.
- Sí, bueno. Los del consejo son huesos duros de roer; aunque no pude convencerlos de las partidas de caza y vigilia, no me rindo. Hoy iré a ver al gran maestro. Por cierto ¿Y Marcos?
- Fuera. Se fue con ese amiguito suyo al manantial de buena mañana.

En esos momentos, su mente recordó rápidamente la charla que tuvo con él y el por qué de ello. Sabía perfectamente que si había ido una vez, podría volver otra más.

- Perfecto ¿Por cierto, ese es mi desayuno?
- Sí, en un momento estará listo.

Álex miraba fijamente el culo de su mujer. Recordaba la primera vez que lo tocó como si fuera ayer; estaba duro como una roca y a la vez era suave al tacto, era como acariciar una nube. Su mente luego comenzó a divagar y saltar de un pensamiento a otro. Mientras tanto, un enorme griterío comenzaba a formarse fuera del hogar.

Aquello hizo que la nave que tenía prisionera la mente de Álex la soltara, volviendo inmediatamente en si. Con paso calmado, se dirigió hacia la puerta y la abrió. Notó como una leve brisa fresca y pura se colaba dentro de su casa, refrescándole y agitando levemente sus cabellos. Miró hacia arriba y pudo contemplar una diminuta figura, saltando de rama en rama a una velocidad de vértigo.

Poco a poco sus gritos comenzaban a ser algo discernible, aunque aún no conseguía descifrar que era aquello que gritaba.

- ¡FERNIR! ¡AVISAD A FERNIR! - Al principio estas palabras eran apenas audibles hasta que poco a poco se fueron convirtiendo en un potente grito. - ¡FERNIR! ¡FERNIIIIIIIIIIIR!

Álex rápidamente salió de casa, y miró a aquel individuo gritón. Era un niño, prácticamente podría decir que tenía la edad de su hijo.

- ¡FER...NIR! ¡FERNIR! - Dijo el joven Pablo mientras intentaba recuperar el aliento.
- ¿Cómo te atreves a llamarme así?, mocoso insol...
- ¡MARCOS!...¡LOBO!...¡MANANTIAL!...¡¡¡CORRE!!!
- ¿¡Marcos!?


Apenas tardó unos veinte minutos en llegar al manantial, no recordaba haber corrido tanto en su vida, no desde aquella noche...
Sus saltos eran majestuosos y apenas se daba tiempo apoyándose en las ramas, parecía como si levitara, como si realmente, volara entre los árboles.

Cuando llegó el manantial estaba tal y como él lo recordaba. Solitario y tranquilo. No había indicios ni tan siquiera de que los dos jóvenes habían estado allí antes. Miró en todas direcciones, pero no encontró nada.
<<He de proseguir, aunque tenga que traspasar la maldita frontera>>

Aquel ponzoñoso y enrarecido aire circulaba entre los árboles muertos, levantando una pequeña capa de ceniza del suelo. Cuando aquel aire era respirado, le provocó un intenso acceso de tos. Sabía que si traspasaba la frontera, moriría. Miró aquel Yermo de vida, oscuro y muerto, y deseó haber sido él y no su hijo, el que estuviera en aquella situación. Descubrió algo enganchado en una rama muerta, un jirón de pelo espeso y blanco, pero no era uno cualquiera, era un blanco nuclear. Conocía perfectamente aquel pelaje.

Amarok

Sin perder más tiempo se volvió en dirección a Gaia a toda velocidad. Debía hablar con el gran maestro, y debía hacerlo ahora.

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