viernes, 30 de diciembre de 2011

La celda [Parte 1]

Una gota brotaba como una lágrima del techo, precipitándose al vacío y golpeando la cabeza de Paul, que se hallaba dormido en el suelo. Aquella gota fría consiguió arrancarlo de los brazos de Morfeo y devolverlo al mundo real.

Lentamente abrió los ojos, atisbando una imagen borrosa que poco a poco empezaba a cobrar definición, hasta que al final, pudo ver con claridad aquel mohoso techo del cual, en ese preciso momento, volvía a caer otra gota.
Poco a poco, volvió en si mismo y dejó de apoyar su cabeza y sus harapientos cabellos contra la pared. Cuando incorporó la cabeza, la gota que le había caído con anterioridad le resbaló por la cara, ahora caliente y bulliciosa; acariciándole la mejilla y dejando en su rostro sucio un surco de pureza.

Estaba realmente desconcertado ¿Qué hago aquí? ¿Dónde estoy? Un potente e insistente ruido no le dejaba pensar con claridad. Entonces, poco a poco, al igual que cuando los primeros rayos de sol tras la tormenta; Paul comenzó a recordar.

La cárcel, cierto...


Fue...¿Por qué fue?...¡Ah!...Ahora lo recuerdo. Tráfico de drogas...


¿Y todos esos carceleros?

Aún algo espeso, miró hacia los barrotes metálicos que constituían la puerta de su celda. Casi no podía ver el exterior. Casi una veintena de funcionarios se encontraban agolpados en su puerta, estirando los brazos a través de los barrotes, deseando su carne.

¡Menudos hijos de puta! Pensó ¡QUÉ COÑO QUERÉIS, ANIMALES! Espetó con furia hacia los funcionarios, recibiendo como única respuesta gritos guturales y brazos en movimiento.

Lentamente, Paul comenzó a acercarse a los barrotes con aire temeroso a la par de parsimonioso. Mirando fijamente el bullicio que se encontraba a las puertas de su celda.

Esto...debe de ser de lo que hablaban las noticias que veía en los tiempos libres. 


Debe ser esa especie de pandemia que todos temían. 


Ya están aquí.

Lentamente alzó la mano y apuntando con el dedo índice, comenzó a acercarlo hacia los maltrechos y oxidados barrotes. Como activados por un resorte, todos los brazos que conseguían atravesar los barrotes y que permanecían dentro comenzaron a moverse aún con más violencia y vehemencia. Los sonidos guturales provenientes de su garganta habían evolucionado hasta convertirse en gritos de odio y desesperación por no estar ya saboreando su carne. Hubo dos fuertes embates.

Paul, asustado, retrocedió rápidamente hasta toparse con el sólido muro de hormigón que le mantenía preso. Ahora la sensación de claustrofobia superaba cualquier límite conocido. ¡Joder! Tengo que salir de aquí, y tengo que salir ahora.... no paraba de repetir una y otra vez mientras seguía con la pared pegada a la espalda, mientras no separaba sus claros ojos verdes de aquella muchedumbre enfurecida.

Los que permanecían fuera de la celda volvieron a cargar contra los gruesos barrotes, esta vez parecía que con más intensidad, parecían dispuestos a devorar su cálida carne a cualquier costo. Un poco de polvo se precipitó desde el techo. Asustado, Paul miró hacia el techo y pudo contemplar como una enorme brecha nacía de los goznes que contenían aquella masa hambrienta y enfurecida. En su cara se pudo contemplar la palidez de su rostro aún y a pesar de su escasa higiene corporal.

Otro fuerte empujón de aquella manada enfurecida demostró que la solidez y resistencia de aquellos barrotes era más que satisfactoria, pero también mostró a la luz la decadencia en la que se encontraban el edificio. La brecha se deslizó por la pared casi medio metro antes de volverse a detener.

El corazón de Paul bombeaba veloz, al borde del colapso. Su respiración, rápida y forzada no conseguía satisfacer la demanda de oxígeno del cerebro. Estaba completamente aterrado. No sabía que hacer, no tenía escapatoria alguna. Estaba condenado a una muerta dolorosa.

Hubo otra embestida. La sacudida fue tal, que los barrotes temblaron amenazantes y la grieta avanzó otro medio metro, hasta llegar a la oscura mancha de moho. El sonido del techo desquebrajándose alertó su mente, ignorando los brazos podridos que se extendían para darle caza.

Asustado y desconcertado contemplaba como la brecha de extendía, desquebrajando el techo. Por acto reflejo, comenzó a andar hacia atrás, intentando evadir aquella aplastante muerte. No se percató de su error hasta que los brazos fríos y podridos le agarraron por detrás a través de los barrotes, rasgando sus vestiduras y su piel como si de mantequilla se tratara.

La forma recta del techo comenzaba a deformarse a cada segundo que pasaba, arrastrado por la fuerza de la gravedad hasta que llegó al punto crítico y el techo se vino abajo. Una nube de polvo engulló a Paul y todo lo que le rodeaba. El ensordecedor sonido de los cascotes golpeando el suelo provocaban una sensación escalofriante en su cuerpo. Sin esperar a que se disipara el polvo y con el cuerpo sumergido en adrenalina, Paul se lanzó a correr hacia donde ahora se encontraban los cascotes, huyendo de sus brazos muertos y perdiéndose dentro de la nube de polvo .

2 comentarios:

  1. Zombiesss, zombiessss, zombiessss. Me encantan. Y ojo, mucho antes de que se apoderaran en plan multimedia de todo. ¿Conoces a un tal Fulci o Jorge Grau? Pues imagínate desde cuando. La idea de un preso encerrado en su celda, cuatro paredes y una sola salida, me está gustando mucho. Es paradójico que la única salida sea la condenación. Me gusta. Bueno, ahora que el techo se ha derrumbado voy a devorar la continuación.

    ResponderEliminar
  2. ¡Muchísimas gracias! Me alegra saber que te gusta tanto :)

    ResponderEliminar