Aquella diminuta esfera transparente se asomaba
peligrosamente al vacío a través de la boquilla. La gota de agua, madre de toda
vida en todos los rincones del universo, discurría grácilmente por las
plateadas curvas que constituía la delicada forma de aquella pieza de grifería
hasta alcanzar el culmen del lavabo.
Otra gota de características idénticas se asomó a las fauces
despiadadas del abismo, cayendo en desgracia; ya que esta, en vez de discurrir
adherida por la pulida y brillante superficie del grifo, se precipitó al vacío,
fusionándose con sus hermanas caídas tiempo atrás, formando aquella manta
homogénea de agua que se formaba dentro de la bañera.
Todo esto fue observado, desde largo tiempo atrás, desde la
época de las gotas primigenias, por un anciano. Este permanecía aferrado a
aquella estructura que le aprisionaba y a la vez le daba libertad; la silla de
ruedas. Se encontraba fuera del lavabo, concretamente en su habitación. Al lado
de la cama.
Las arrugas, signo de experiencia en la dura tarea de la
vida, manaban de la mayor parte de su frente y de sus manos, destrozadas
después de horas y horas con la azada en su amado y ahora estéril campo. Amante
y esposa a tiempo completo.
Permanecía rígido y frío como una estatua de mármol, aunque
sus latidos aún eran intensos y llenos de vida, aquel cascarón marchito al que
llamaban cuerpo se había degradado
hasta el punto de no reconocerlo
¿Dónde habían quedado aquellos tiempos, donde se levantaba
de un salto de la cama y cogía su azada y sus ganas de vivir y se iba al campo
antes de que el sol anunciara un nuevo día?
¿Dónde estaba aquel mozalbete; que salía a las verbenas y
triunfaba con aquellos pasos que nadie más osaba realizar?
Todo aquello seguía ahí, solo que las fuerzas le habían
abandonado y anclado a aquella silla de ruedas.
Su mirada perdida en sus pensamientos oníricos permanecía
fija en aquel grifo goteante. Pero ¿Realmente veía aquellas gotas precipitarse
al vacío? ¿O solo era una ilusión?
En aquel viejo gramófono apostado sobre la roída cómoda de
caoba, sonaba fuerte y alta aquella canción Non, Je Ne Regrette Rien que le transportaba de nuevo en un
viaje espacio-temporal al pasado , donde aquel viejo cascarón era un musculado y
atlético cuerpo de adolescente.
Mientras agarraba a aquella moza de buen ver y bailaban los
dos bien juntos en su mundo de ensoñaciones oníricas, la aguja saltó
violentamente del vinilo, parando por completo la canción. Aunque a él no
pareció importarle, ya que la música siguió sonando y sonando donde a él más le
importaba, donde él aún seguía siendo joven, en su mente.
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