martes, 3 de enero de 2012

Valor y fracaso


Los cuerpos fusionados en un maternal abrazo permanecían inmóviles y ocultos de la aviesa mirada de sus perseguidores. El cartón húmedo sobre sus cuerpos desaliñados le reportaba una sensación completamente repugnante, pero en esos momentos no le importaba nada.
La respiración del pequeño era agitada aunque silenciosa, la madre tenía el corazón en un puño. Todo había pasado tan rápido…

En ese momento, las pisadas de sus perseguidores se posaron a no más de medio metro de ellos.
La madre mantenía un fuerte y a la vez dulce abrazo con su pequeño, que temblaba, no de frío, sino de terror. Ninguno de los dos sabía a ciencia cierta lo que les iban a hacer, aunque viendo todo lo que había pasado antes, se lo podían imaginar. De los ojos vidriosos del niño brotaron unas diminutas e inocentes lágrimas que se deslizaban por sus mugrientas y suaves mejillas. Después vino el sollozo.
Fue un sollozo ahogado, aunque fue suficiente.

Los pasos cesaron de inmediato, seguido del espantoso grito gutural.
La madre arrojó el cartón a un lado, descubriéndose ante sus perseguidores. La tienda estaba en la penumbra y sus dos captores les miraban ahora, con aquellos ojos blancos como la nieve virgen.
-          ¡CORRE, MATT! ¡CORRE!

La madre deshizo el lazo que mantenía al niño en cautiverio y este salió corriendo como lo hacía la noche de navidad, cuando iba a buscar sus regalos. Aunque esta vez corría por salvar su vida. Ella se levantó, en su mirada no había miedo, no había temor alguno, simplemente de aquellos ojos brotaba la cólera. Comenzó a correr en dirección a uno de ellos y se abalanzó sobre él, derribándolo sobre el frío suelo.

Acto seguido, comenzó a propinarle una lluvia de golpes en el rostro; que, golpe tras golpe; se iba deformando cada vez más. Llevaba puesta la alianza, recordaba como si fuera ayer su boda, había sido tal y como ella quería, vestida de blanco, en una enorme iglesia gótica y junto a sus seres queridos; Matt estaba tan guapo el día que se casó con ella, con aquel esmoquin; aquellos si eran buenos tiempos, tiempos lejanos que no volverían a repetirse.

El compañero que hasta ahora había permanecido de pie contemplando la lluvia de golpes, se abalanzó sobre la mujer, tumbándola en el suelo y agarrándola con fuerza.

Al inmovilizarla lo hizo con tal fuerza que un crujido de un hueso anunció la fractura del mismo. El otro hombre se levantó, con la cara ensangrentada y deformada. Miraba con odio a aquella mujer, aunque en el pasado se habrían llevado estupendamente; no entendía aquel nuevo sentimiento irrefrenable hacia ella. Simplemente lo tenía.  Él también se abalanzó sobre ella, propinándole un fuerte mordisco en el cuello, del que brotó con inusitada presión un cálido y carmesí borbotón de sangre.

La madre dejó caer la cabeza hacia atrás. Desde esa posición podía contemplar la puerta, donde la oscura y pequeña silueta de Matt miraba, atónito y expectante, la muerte de su madre.

 Matt, hijo. ¿Por qué no has corrido como te lo ha dicho mamá? Estos hombres malos te cogerán. Corre, cariño ¡CORRE! Pronunció dentro de su mente, donde poco a poco se iba nublando hasta que al final, desapareció.

Matt, como escuchando telepáticamente los últimos pensamientos de su madre. Se giró y comenzó a correr. Apenas anduvo dos pasos cuando se topó con él; el hombre malo que había provocado aquel caos. Chocó contra él y rebotó, cayendo al suelo. Desde tan abajo todavía parecía más imponente y amenazador. El terror se apoderó de él tan fuertemente que se orinó en los pantalones.

Simplemente abrió la boca, mostrando aquellos dientes quebrados de color cobre y abalanzándose sobre el pequeño Matt. Extinguiendo cualquier rastro de vida en él. 

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