domingo, 8 de enero de 2012

Sin salida

Llevaba horas intentando acallar aquellos incansables rugidos guturales poniendo la  radio a todo volumen, aunque el resultado no fue el esperado. Hacía cerca de media hora que las pilas de la radio se habían agotado por completo y aquella música seguía sonando dentro de su cabeza. No podía sacársela de la cabeza.

Los fuertes e insistentes golpes de los muertos contra la puerta apenas servían para hacerla tambalearse gracias a la enorme barricada que había montado, aunque aquel era el menor de sus problemas.

Apuraba con ansia el último trago de aquella enorme botella de whisky que tenía por compañera y la arrojó contra la pared con rabia, destrozándola en un millón de diminutas y afiladas esquirlas de cristal. Estaba decidido a hacerlo; y aún así, lo comprobó. Su revólver estaba vacío.

Lanzó su mente a un viaje al pasado, rememorando tiempos mejores, en donde los muertos permanecían sepultados bajo toneladas de tierra y eran absorbidos por el olvido y no eran los transeúntes habituales en las calles como lo eran ahora; también pensó en como demonios había llegado allí, como se había quedado solo.

Estaba cansado de luchar...había tenido que asesinar a sangre fría a su mujer, a su pequeña Susana... había tenido que correr hasta la extenuación; había huido, había luchado, y ahora...simplemente había perdido. Se había cansado de luchar.

Simplemente quería descansar.

Se acercó a la improvisada barricada. Agarró con fuerza del sillón que bloqueaba la puerta y lo arrastró, generando un crispante ruido. Se quedó inmóvil delante de la puerta sellada con tablas. No podía dejar de mirar aquellas simples y benditas tablas. Sabía que era una acción de cobardes...pero ¿A quién le importa? ¿Quién piensa en mi?  No recordaba la última vez que se había sentido tan decidido a algo en su vida. Era el último escalón.

Continuaba mirando la puerta, que se movía violentamente con cada envite de los No Muertos. Contó las tablas...1...2...3...3 tablas.


Agarró con fuerza la que había en un nivel más elevado; cuando sus dedos aprisionaron la tabla, notó aquel tacto que tanto le agradaba, notó una diminuta astilla clavándose en su dedo, notó su rigidez y luego, tiró de ella vigorosamente.

Miró sus manos, en ella permanecía aún agarrada la tabla. Los clavos, hirientes y fríos, le miraban desde abajo; previniéndolo que aquella liberación no sería un camino de rosas, aunque a él, no le importaba.

Lazó a un lado la tabla, indiferente. Agarró otra de ellas y volvió a repetir la misma acción. Después, lentamente se puso en el centro de aquel diminuto cubículo que era la habitación. Cerró los ojos y alzó la cabeza hacia el techo. En  ese momento, una enorme paz le envolvió, sintiéndose relajado.

 En su cabeza, volvió a sonar aquella canción que no había parado de sonar en la radio. Justo en ese momento, la puerta cedió y se vino abajo.

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