domingo, 8 de enero de 2012

El secreto entre los árboles (Parte 4)


La claridad del bosque iba poco a poco desapareciendo, señal inequívoca de que el crepúsculo hacía su puesta en escena fuera del frondoso bosque. La puerta se abrió, rechinando las viejas y oxidadas bisagras. Marcos había llegado a casa.

Su madre, que estaba preparando la cena con la caza del día anterior le oyó entrar y se giró, mostrando una sonrisa perfecta en aquel perfilado y pálido rostro.

Hijo, llegas justo a tiempo. La cena está prácticamente lista
¡Qué bien! – Respondió rápidamente – Porque vengo con mucha hambre ¿Dónde está papá?
Llegó hace rato. Estará en la habitación. Ve a saludarle. Ha preguntado por ti.

Marcos inició una silenciosa marcha hasta la habitación de sus padres.  Cuando estuvo cerca del quicio de la puerta, la vio entreabierta; y con inocente curiosidad, echó un ojo.  Pudo contemplar la musculosa y desnuda espalda de su progenitor. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al ver una enorme cicatriz en forma de zarpa que prácticamente ocupaba toda la superficie de su espalda, aunque no era la única. Todo su musculado y desnudo torso estaba plagado de cicatrices. Algunas enormes como la de su espalda, otras pequeñas y algunas apenas perceptibles a la luz de aquel candil de aceite. Tocó a la puerta y pidió permiso para entrar. El padre rápidamente se calzó una camiseta amarillenta, la cual en un pasado lejano había sido blanca y le dio permiso para entrar.   

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Álex al ver entrar a su hijo.

 Hola, campeón. ¿Ya has vuelto de pasear con tus amigos?
-  Sí, papá.
¿Dónde habéis ido hoy?
 Pues hemos ido a… - Marcos pensó rápido una excusa, aunque la tardanza en responder activó la alerta de estafa en las palabras que ahora pronunciaría – hacer carreras, Pablo y yo.
¿Y quién ha ganado? – Dijo en un falso tono de orgullo.
¡Por supuesto que yo!

Poco a poco, el desconfiado Álex se iba acercando poco a poco al ingenuo de su hijo. No había podido engañarle. Le miró de arriba abajo, todo parecía normal, a excepción de un pequeño detalle. Su brazo estaba fuertemente enrojecido y presentaba un aspecto de quemadura.

¿Y esto? ¿Qué significa, Marcos? – Pronunció en un tono serio y autoritario.
No lo sé… - Dijo mientras intentaba inventar una excusa – habré topado con alguna maleza urticante, perdóname por no ir en más cuidado, papá. 

Álex examinó detenidamente aquel fuerte enrojecimiento. No presentaba aspecto de salpullido ni reacción alérgica.

 Hijo…dime que no es cierto…
¿El qué? No te entiendo…
Es una quemadura…una quemadura solar. ¿Dónde demonios has estado?
Papá, ¡No es una quemadura! Te lo puedo asegurar.
Tu madre puede que se crea esas bolas sobre plantas pero a mí no me la cuelas. Esta quemadura está hecha por el Sol, y sabes de sobra que un claro de luz no hace tales atrocidades en la piel… ¿Has estado en la frontera?
- ¡No! ¡Papá! Tienes que creerme, no he salido del bosque.
¡MIENTES!

Álex, que tenía agarrado fuertemente el brazo de Marcos lo soltó y le propinó una sonora bofetada que logró tumbar al chico. Desde el suelo, este le miraba con miedo con aquellos ojos vidriosos, incrédulo ante la reacción de su padre.

- Prométeme que jamás, hijo… ¡JAMÁS! Volverás a acercarte a la frontera con la zona muerta.

Marcos no contestaba, estaba aún en shock. 

Hijo, la frontera está a más de cincuenta kilómetros de aquí, de Gaia. No sé cómo has ido tan rápido, pero te lo volveré a repetir. No vuelvas NUNCA a ir a la frontera. Corres serio peligro de muerte, lo sabes de sobra. – Su tono sonaba preocupado a la vez que sereno - ¿Viste algo? ¿Te vio alguien?
- No...
Hijo, dime la verdad. Por favor.
No nos vio nadie partir. Pero en la frontera…vimos un lobo.
¿Un…lobo? ¿Viste un lobo?
- Sí...
¿Él te vio a ti?
- Sí...

Se llevó la mano a la frente, su cabeza ahora era un hervidero donde los pensamientos se creaban y destruían en cuestión de milésimas de segundo.

 Esto es serio…

Ahora por las mejillas de Marcos se deslizaba una cálida lágrima que manaba de sus ojos color miel, al igual que los de su padre.

Tápate esa herida. Si tu madre te pregunta, dile que es de una planta. No se lo enseñes a nadie ni digas nada bajo ningún concepto. ¿Entendido? – Marcos se limitó a asentir con la cabeza – Vale, ponte el pijama y ve a cenar. Yo ahora me tendré que marchar.

¿Marchar? Papá ¿Dónde vas?
Al consejo, hemos de estar preparados por si vienen los lobos.
  

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