La claridad del bosque iba poco a
poco desapareciendo, señal inequívoca de que el crepúsculo hacía su puesta en
escena fuera del frondoso bosque. La puerta se abrió, rechinando las viejas y
oxidadas bisagras. Marcos había llegado a casa.
Su madre, que estaba preparando
la cena con la caza del día anterior le oyó entrar y se giró, mostrando una
sonrisa perfecta en aquel perfilado y pálido rostro.
- Hijo,
llegas justo a tiempo. La cena está prácticamente lista
- ¡Qué bien! – Respondió rápidamente – Porque vengo
con mucha hambre ¿Dónde está papá?
- Llegó hace rato. Estará en la habitación. Ve a
saludarle. Ha preguntado por ti.
Marcos inició una silenciosa
marcha hasta la habitación de sus padres.
Cuando estuvo cerca del quicio de la puerta, la vio entreabierta; y con
inocente curiosidad, echó un ojo. Pudo
contemplar la musculosa y desnuda espalda de su progenitor. Un escalofrío recorrió
todo su cuerpo al ver una enorme cicatriz en forma de zarpa que prácticamente
ocupaba toda la superficie de su espalda, aunque no era la única. Todo su
musculado y desnudo torso estaba plagado de cicatrices. Algunas enormes como la
de su espalda, otras pequeñas y algunas apenas perceptibles a la luz de aquel
candil de aceite. Tocó a la puerta y pidió permiso para entrar. El padre
rápidamente se calzó una camiseta amarillenta, la cual en un pasado lejano
había sido blanca y le dio permiso para entrar.
Una sonrisa se dibujó en el
rostro de Álex al ver entrar a su hijo.
- Hola, campeón. ¿Ya has vuelto de pasear con tus
amigos?
- Sí, papá.
- ¿Dónde habéis ido hoy?
- Pues hemos ido a… - Marcos pensó rápido una
excusa, aunque la tardanza en responder activó la alerta de estafa en las
palabras que ahora pronunciaría – hacer carreras, Pablo y yo.
- ¿Y quién ha ganado? – Dijo en un falso tono de
orgullo.
- ¡Por supuesto que yo!
Poco a poco, el desconfiado Álex
se iba acercando poco a poco al ingenuo de su hijo. No había podido engañarle.
Le miró de arriba abajo, todo parecía normal, a excepción de un pequeño
detalle. Su brazo estaba fuertemente enrojecido y presentaba un aspecto de
quemadura.
- ¿Y esto? ¿Qué significa, Marcos? – Pronunció en
un tono serio y autoritario.
- No lo sé… - Dijo mientras intentaba inventar una
excusa – habré topado con alguna maleza urticante, perdóname por no ir en más cuidado,
papá.
Álex examinó detenidamente aquel
fuerte enrojecimiento. No presentaba aspecto de salpullido ni reacción
alérgica.
- Hijo…dime que no es cierto…
- ¿El qué? No te entiendo…
- Es una quemadura…una quemadura solar. ¿Dónde
demonios has estado?
- Papá, ¡No es una quemadura! Te lo puedo
asegurar.
- Tu madre puede que se crea esas bolas sobre
plantas pero a mí no me la cuelas. Esta quemadura está hecha por el Sol, y
sabes de sobra que un claro de luz no hace tales atrocidades en la piel… ¿Has
estado en la frontera?
- ¡No! ¡Papá! Tienes que creerme, no he salido del
bosque.
- ¡MIENTES!
Álex, que tenía agarrado
fuertemente el brazo de Marcos lo soltó y le propinó una sonora bofetada que
logró tumbar al chico. Desde el suelo, este le miraba con miedo con aquellos ojos
vidriosos, incrédulo ante la reacción de su padre.
- Prométeme que jamás, hijo… ¡JAMÁS! Volverás a
acercarte a la frontera con la zona muerta.
Marcos no contestaba, estaba aún
en shock.
- Hijo, la frontera está a más de cincuenta
kilómetros de aquí, de Gaia. No sé
cómo has ido tan rápido, pero te lo volveré a repetir. No vuelvas NUNCA a ir a
la frontera. Corres serio peligro de muerte, lo sabes de sobra. – Su tono
sonaba preocupado a la vez que sereno - ¿Viste algo? ¿Te vio alguien?
- No...
- Hijo,
dime la verdad. Por favor.
- No nos vio nadie partir. Pero en la
frontera…vimos un lobo.
- ¿Un…lobo? ¿Viste un lobo?
- Sí...
- ¿Él te vio a ti?
- Sí...
Se llevó la mano a la frente, su
cabeza ahora era un hervidero donde los pensamientos se creaban y destruían en
cuestión de milésimas de segundo.
- Esto es serio…
Ahora por las mejillas de Marcos
se deslizaba una cálida lágrima que manaba de sus ojos color miel, al igual que
los de su padre.
- Tápate esa herida. Si tu madre te pregunta, dile
que es de una planta. No se lo enseñes a nadie ni digas nada bajo ningún
concepto. ¿Entendido? – Marcos se limitó a asentir con la cabeza – Vale, ponte
el pijama y ve a cenar. Yo ahora me tendré que marchar.
- ¿Marchar? Papá ¿Dónde vas?
- Al consejo, hemos de estar preparados por si
vienen los lobos.
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