viernes, 6 de enero de 2012

El secreto entre los árboles (Parte 2)

El pequeño Marcos estaba tirado sobre la tupida alfombra que había sobre las láminas de madrea que constituían el suelo. Miraba con fascinación el crepitante fuego de la chimenea, que ondeaba hacia los lados con la mínima corriente de aire.

- Marcos, cariño. Deja de mirar así el fuego - Dijo su madre dulcemente- ¡Te vas a quedar ciego!
- Lo siento, mamá - Dijo apartándose del fuego y sentándose en una vieja silla de madera, junto a su madre - ¿Cuando volverá papá?
- Pronto, cielo. Pronto.

La madre mesó sus oscuros cabellos como una noche sin estrellas y se volvió a sentar en la silla donde antes permanecía, mirando el reloj que había colgado en la pared, viendo como las agujas continuaban su curso indiferentes a lo que pasa en el mundo exterior.

El niño miró asustado hacia la puerta.
Había oído algo en el exterior.
Madre e hijo se encontraron en una mirada llena de miedo. Lucía, lentamente agarró un afilado machete que había sobre la vieja mesa de madera. Empuñándolo más como arma disuasoria que como si fuera a utilizarlo.

Los pasos se acercaban poco a poco hacia la puerta. Lo único que rompía aquel denso e incómodo silencio era el tic tac del reloj colgado en la pared.  Fue un simple silbido el que les hizo poder liberar toda aquella tensión.

La puerta se abrió, dejando entrar al interior la fría y mortecina luz de la luna. Tras una ráfaga de aire frío, entro una figura espectral de un hombre arrastrando un enorme saco de esparto.

Su rostro quedó iluminado por el ardiente fuego de la chimenea.

- Cariño, ¿Qué tal la búsqueda?  - Le pronunció con su tono de voz suave como el tacto de la seda.

- Mal cariño. Hoy solo he podido traer un pavo famélico y el coyote que iba tras él. - Dijo mientras le daba el saco - Y tu que campeón ¿Te has portado bien? - Agarró al pequeño como si este pesara menos que una pluma y lo alzó con sus musculosos brazos. - Mira lo que te ha traído papá.

Le tendió la mano donde sostenía un enorme objeto puntiagudo que el niño arrebató de su mano casi inmediatamente.

- ¡Que chulo papá! ¿Qué es?
- Es un colmillo. Un colmillo de lobo. Como el que lleva tu padre.

En ese momento Lucía se giró sobresaltada.

- ¿¡Lobos!? ¿¡Te has topado con un lobo!? - El hombre se mantuvo en silencio. - Álex, por favor, si te has topado con uno, dímelo.

Un silencio denso e incómodo dominó la escena durante un par de interminables segundos.

- Sí.
- Dios mío... ¿Estás bien? ¿Por qué tienes ese colmillo? ¿No lucharías con él?
- Cariño, me siguió por el olor de la comida. No tuve alternativa... - Lucía empezó a llorar sin ocultar las lágrimas.
- ¿Qué...Qué pasó con él?
- Muerto
- ¿Muerto?
- ¡Ala papá! ¿Mataste un lobo tu solito? - Álex sonrió en su perpetua expresión seria y fría -
- Claro que sí, campeón. Nadie puede con tu padre.
- No puedo creer que hayan traspasado la frontera ya... ¿Qué hiciste con el cuerpo?
- No pude cargar con él, era demasiado grande. Está a unos diez kilómetros.
- ¿Has dicho...diez kilómetros? Eso es... Dios mío, están aquí al lado.
- Los lobos no pueden escalar árboles. Aquí estamos a salvo.
- Sí, pero...tu sabes mejor que nadie lo que pueden hacer. Lo que le hicieron a tu familia...lo que te hicieron a...
- ¡BASTA!

Aquel atisbo de ira provocó el sobresalto de Lucía y el pequeño Marcos.

- Por favor, haz la cena. Estoy hambriendo.

Lucía se giró, sabía que había hablado más de la cuenta, aunque aquello no era lo que reinaba en sus pensamiento. Los lobos, ya habían traspasado la frontera que separaba la zona muerta. Estaban en grave peligro, aunque Álex no lo quería admitir.

Pero mientras se mantuvieran en las copas de los árboles, todo estaría bien...¿no?

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