Apenas
los primeros rayos de Sol habían comenzado a brotar de la escabrosa cima de la
montaña cuando Marcos ya estaba en pie, preparándolo todo para irse con Pablo
de excursión. Recogió sus cosas y las embutió todas en la vieja mochila de piel
y partió.
Comenzó
a brincar alegre de rama en rama, de tronco en troco, como era natural.
Ese era su medio de transporte, no conocían otra manera de desplazarse
que imitando a sus antepasados evolutivos a través del denso bosque.
En
cada tronco había hasta tres casas en diferentes alturas. Todas bien alejadas
del suelo, el cual no querían volver a pisar jamás (aunque probablemente,
ninguno de ellos lo había hecho nunca). Los antiguos maestros les enseñaron a
odiar el suelo, que para ellos era prácticamente una pena de muerte por
sucumbir a los animales salvajes. Compartían el techo del bosque con todos los
pájaros que por ahí revoloteaban alegres.
Había
una parte de Gaia donde las gruesas
ramas de varios troncos se unían, formando una especie de “suelo” ficticio,
como un espejismo. Los antiguos maestros decían que en antiguo mundo, aquello
recibía el nombre de “plaza”, y así quedó inscrito en la corteza. “Plaza central de Gaia”.
Allí, sentado
con la maleta cargada a la espalda, se encontraba Pablo; buscando en las
profundidades de su nariz un complemento para el desayuno que acababa de tomar.
- ¡Hola,
Pablo! ¿Listo para ir al manantial?
- ¡Por
supuesto! Aunque mi padre me ha advertido que tengamos mucho cuidado, dice que
allí hay un claro en el bosque por donde pasa directamente la luz del Sol.
- - Tranquilo,
no volveré a acercarme a los rayos del Sol de nuevo, mira – Marcos le mostró la
quemadura que tenía en el brazo – Me lo hice el día que llegamos a la frontera.
Pablo
miraba fascinado aquella quemadura. Tenía pinta de que iba a curarse bien y a
no dejar marcas; pero él no la miraba en el aspecto médico, la miraba como una
medalla; una medalla al valor, y también a la insensatez.
Sin
distraerse ni un minuto más, comenzaron su particular carrera entre los árboles
en dirección al manantial. Saltaban y
jugueteaban entre ellos, cruzándose en sus respectivas trayectorias, peligrando
más de una vez su integridad física. Aunque nada de aquello pasó. Al cabo de
prácticamente una hora, ya habían llegado.
<< ¡Es
aquí!>>
Espetó Pablo. Ante ellos se encontraba
una maravilla digna de admirada durante eones. Los troncos de los árboles casi
unidos unos a otros, hacían un círculo perfecto alrededor de un pequeño lago de
aguas cristalinas. En la parte superior, la copa de los árboles era
inexistente; lo que mostraba al
magnánimo astro Rey, flotando alto y brillante en el firmamento.
- - Madre
mía... ¡Es alucinante! – Dijo al fin Marcos – Es precioso.
- - ¡A
qué sí! Mi madre me dijo que solía traerla aquí mi padre cuando eran novios,
aunque no sé qué encontrarían aquí de divertido los dos asolas lejos de la
ciudad.
Ambos
siguieron contemplando un rato más aquella agua cristalina. En el fondo del
pequeño lago, las piedras eran perfectamente visibles. Un par de enormes
insectos con grandes patas se deslizaban por encima del agua, como si patinaran
sobre hielo. La superficie del agua reflejaba pequeños rayos de Sol, haciendo
que brillara como una piedra preciosa. De fondo, el gorjeo de los pájaros hacía
de banda sonora sobre el claro en el bosque.
Marcos
y Pablo abrieron las mochilas, sacando de allí un pequeño tentempié; después de
tanto tiempo dando saltos, les había abierto el apetito. Marcos sacó una
especie de pasta hecha a base de insectos y un trozo de pavo; y Pablo sacó un
trozo de corteza de árbol a modo de plato y en su interior se encontraba una
pasta de igual aspecto que la de Marcos. Ambos engulleron con suma ansia el
preciado bocado.
Cuando
hubieron acabado, se acomodaron plácidamente sobre las ramas de los árboles
donde habían comido. Marcos no paraba de mirar el agua, era casi hipnótica, y
nunca había visto más agua que la que
ponía su madre en el vaso o la que veía fugazmente cuando llovía.
- - Oye…
¿Qué te parece si nos vamos al agua?
- - ¿¡AL
AGUA!? Debes de estar loco…sí, debes de estarlo para decir semejante estupidez.
Habría que bajar al suelo, Marcos. ¡AL SUELO!
- - No
sé, ¿No te pica la curiosidad?
- - A
mí lo único que me pican son los mosquitos por la noche. Creía que tus locuras
acabarían cuando llegamos a la frontera con la zona muerta. Pero nooooo… En serio, estás como una chota.
- - Yo
voy a bajar – Insistió decidido.
- - ¿Lo…lo
dices en serio? – Titubeó Pablo.
- - Sí.
Pablo
comenzó a recitar montones de razones por las cuales no debía bajar ahí abajo,
pero Marcos no le escuchó. Se lanzó al vacío, cayendo sobre las ramas que había
a niveles inferiores, así hasta que llegó el último nivel. Ahora se encontraba sobre el último nivel
antes de tocar el suelo. Dudó en si debía hacerlo, recordaba constantemente
todo lo que decían sobre lo peligroso que era permanecer en el suelo,
recordando las palabras de los maestros.
<<Jamás
debéis tocar el suelo, jóvenes. El hombre no ha nacido con fuertes garras ni
poderosos dientes. No tiene un pelaje denso ni una vista que los demás animales
envidien. No tienen plumaje ni tampoco alas con la que surcar los cielos. Pero
lo hombres tenemos una habilidad que no tienen los demás animales, la capacidad
de reinar sobre los árboles, de treparlos y escalarlos. Ese poder se nos
confirió a nosotros, y nosotros debemos de aprovecharlo>>
Lo tenía claro, no viviría bajo unas normas
tan estúpidas como aquellas. Los antiguos escritos decían que los hombres
antaño dominaron la tierra, el cielo y el mar. ¿Qué le impedía a él, un humano,
tocar el suelo? Sin pararse más tiempo a meditar, se lanzó al encuentro con el
suelo.
Cuando
cayó, el suelo no tembló, como lo hacían los árboles. El impacto no fue amortiguado,
sino que fue duro. Se había hecho daño, pero no le impidió ponerse en pie.
Notaba un aire distinto allí abajo, no sabía lo que era, pero se sentía genial.
En su interior se cocían una mezcla de sentimientos entre la excitación y el
estar haciendo algo prohibido. Se sentía de maravilla.
Se
dirigió velozmente hacia el pequeño lago, quería notar la sensación del agua
pura, fría y cristalina sobre su piel. Por suerte, la sombra de una enorme rama
que había en lo más alto entre las copas de los árboles se proyectaba sobre el
suelo y el lago; dándole la oportunidad perfecta para poder alcanzarla.
Se
dirigía lentamente y siempre bajo la protección de la sombra hacia el agua. Se
postró en la orilla y probó aquella agua. Era deliciosa, fresca y pura. Nada
tenía que ver con el agua de lluvia que bebían. Se sentía lleno de energía y
rodeado de paz. Lentamente alzó la vista para contemplar la extensión del lago
desde el suelo, cuando algo llamó su atención.
Un
enorme lobo blanco le miraba fijamente desde la otra orilla del lago. Era
inmensamente grande, era casi de la misma altura de Marcos a pesar de estar
sobre sus cuatro patas. Ambos se miraban fijamente, sosteniéndose la
mirada. Marcos permanecía inmóvil,
paralizado por el miedo. De golpe, el lobo comenzó a correr, pero no lo hizo
rodeando el lago, lo hizo a través de él. Sus pisadas eran tan rápidas que tan
solo provocaba que el agua bajo sus patas se alterara levemente, emitiendo una
pequeña onda perfectamente circular que se expandía rápidamente hasta
desaparecer. Al igual que lo hace una piedra al caer al agua.
Antes
de que tuviese tiempo de reaccionar. El lobo ya lo había atrapado.
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ResponderEliminarVale. El comentario se había publicado 3 veces. He intentado borrar uno y se han borrado los tres. Lo que decía era:
Eliminar"Uuuuuh... Es inevitable soltar un "¡Chan, chan!" al acabar de leer.
Por cierto, me gusta lo de "a mi lo único qu em epica son los mosquitos por la noche" x) "
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarMe alegra que te guste y que me sigas :) Sí quieres hablar personalmente conmigo de cualquier tema no dudes en agregarme a cualquier red social que se te facilita en la página "Contacto" ^^
EliminarGracias ;)
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