Os recuerdo que sus palabras fueron: "Tres personas, una habitación y una caja" y este, es el resultado :)
¡Disfrutad y comentad!
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El
bar Daytona se presentaba como todos los días desde hacía más de
diez años, como una cueva revestida por una capa de listones lacados
de madera donde a la luz le avergonzaba adentrarse. En la barra, el
lobo solitario y mamador de la ubre del alcoholismo que era John
Straus se encontraba apurando su último vaso de whiskey.
–Doce,
tío… ¿¡Te lo puedes creer!? ¡He batido mi propio record!
Eso…eso hay que celebrarlo…–Consiguió balbucear después de un
gran esfuerzo. –Marchando otra rondita.
–John,
creo que has bebido demasiado. –Dijo el camarero mientras le
lanzaba una mirada de desprecio afilada como un cuchillo.
Aquel
hombre solitario apoyado en la barra, borracho como una cuba, agarró
el vaso vacío y lo golpeó fuertemente contra la barra mientras le
devolvía una mirada desafiante.
–Yo
te diré cuando es suficiente, Hammon.
Sin
mediar palabra el camarero se inclinó y sacó del interior de la
barra una botella de Jack Daniels sin empezar. Aquel objeto se le
presentó a John como si se tratara de la panacea a todos sus males.
Con ansia, se abalanzó sobre la botella y la abrió, recibiendo en
sus fosas nasales el impacto de aquel fuerte olor a alcohol. Con mano
temblorosa se consiguió echar otro vaso, derramando en el intento
más que lo que realmente se había introducido en el interior del
brillante recipiente de cristal.
Solo
había dado dos tragos a la que sería su decimotercera copa antes de
perder el conocimiento.
I
La
mente de John se encontraba atrapada en una montaña rusa que parecía
no tener fin. Se balanceaba arriba y abajo, a ambos lados e incluso
parecía rodar sobre sí misma, la sensación era completamente
angustiosa. El dolor en su cabeza, lacerante. Tenía también la
sensación de que en su estómago se habían colado un par de
ardillas y peleaban entre ellas por una avellana. Todo aquel bullicio
de sentimientos solo podía significar otra cosa, estaba despertando
con otra fuerte resaca.
Lentamente
abrió los ojos, esperando lo peor. El sol que entraba por la ventana
le impactó de lleno en los ojos, recibiéndolos como una puñalada.
Se descubrió a si mismo tumbado en el suelo de una habitación, con
la camisa llena de vómito y sintiendo su lengua como si se tratara
de un sucio y roído trapo.
“¿Dónde…dónde
estoy?” Se
preguntó.
Aquella
habitación estaba completamente vacía. Sus paredes blancas e
inmaculadas estaban libres de cualquier adorno o cuadro. Por los
ventanales amplios y translúcidos se podía contemplar toda la
ciudad, pero ¿Qué ciudad era aquella? John había vivido toda su
vida en Chicago y aquellos edificios y aquel río no se correspondían
para nada a su ciudad natal. Estaba completamente desorientado.
Algo
llamó su atención dentro de aquella habitación, en dos de las tres
esquinas restantes, se encontraban también otras personas que aún
permanecían atrapadas bajo las garras de Morfeo, y en el centro de
la habitación, una gran caja de cartón.
En
una de las esquinas, un hombre corpulento y obeso con una vestimenta
de andar por casa se encontraba apoyado contra la pared, donde ya
empezaba a despertarse. En la otra esquina, un hombre vestido con el
uniforme de policía de la ciudad de Nueva York se encontraba con un
agujero rodeado de una mancha oscura en un hombro de su camisa.
John
intentó levantarse, y aunque calló varias veces al suelo no
desistió y al final acabó por incorporarse, apoyado contra la
pared.
De
repente, un acceso de tos ronca apareció de repente de aquel enorme
hombre que, poco a poco, comenzaba a levantar la cabeza.
–Dónde…
¿Dónde coño estamos? –Preguntó aturdido aquella extraña voz
familiar.
–No
lo sé, yo también he despertado aquí.
–Ayúdame
a levantarme, ¿quieres?
John
se acercó hacia aquella mole de grasa y arterias colapsadas y le
ayudó a levantarse.
– ¿Cómo
he aparecido aquí? Acababa de echarle la comida a Lucky en su bol
cuando tomé un vaso de agua del grifo y entonces…supongo que me
daría un golpe de calor… ¿Podría decirme dónde estamos?
–No
lo sé, yo llevo toda mi vida viviendo en Chicago y puedo asegurarle
que no estamos ahí.
–Chi…
¿¡Chicago!? –Balbuceó el hombre anonadado.
–Eh,
sí. ¿Qué usted de dónde es?
–Yo
soy de Kingsville, Texas.
Al
escuchar estas palabras sintió un enorme vacío en su estómago,
como si se hubiera creado un pequeño agujero negro en su interior.
Pero aquella sensación no estaba provocada por aquellas ardillas que
correteaban fruto de otra noche de alcohol, sino por las palabras de
aquel hombre “¿Texas?
¿¡Este hombre es de Texas!?”
Pensó “¿Pero
dónde coño estamos?”
–A…aa…ayuda…
–Fueron las palabras que le despertaron de su letargo. El policía
empezaba a recobrar el sentido. –Ayudadme.
Rápidamente
se abalanzaron sobre el policía y con mucho cuidado, consiguieron
incorporarle. Presentaba una oscura mancha en su camisa de policía.
Bajo ella se encontraba un generoso vendaje manchado de sangre.
– ¿Esto
es la nueva sala del despertar del hospital? Joder…cada día hay
más recortes en sanidad y ya nos tienen en el suelo, tirados como a
perros.
–Esto
no parece ningún hospital, agente. –Dijo el hombre
sobrealimentado.
–Un
momento, ¿Dónde estamos? Esto no es Nueva York…yo…yo estaba en
medio de un tiroteo con unos atracadores…recuerdo el disparo en el
hombro…y también recuerdo el sonido de las sirenas y los “todo
va a salir bien” característicos de los enfermeros…recuerdo
vagamente aquella máscara de gas, supongo que irían a operarme
–Entonces el agente se miró el vendaje –y al menos eso parece.
–Yo
caí inconsciente en el bar. Soy John y vengo de Chicago.
–Troy,
Texas. Aparecí aquí después de darle de comer a mi perro. Al menos
sé que mi chiquitín tiene comida suficiente hasta que yo vuelva.
Los
tres se miraron entre ellos. La semilla de la desconfianza estaba
comenzando a brotar, nadie reconocía la ciudad que se encontraba a
sus pies. Nadie sabía cómo habían llegado hasta aquel lugar y
aunque todos habían reparado en ella, nadie sabía que era o que
contenía esa caja.
– ¿Y
eso? –Dijo el agente mientras señalaba con la mirada aquella caja.
–No
tengo ni idea, cuando desperté ya estaba aquí. Debe de haberla
puesto quien quiera que nos haya traído hasta aquí.
El
agente se acercó a ella lentamente, como quien camina por la
oscuridad esperando no tropezar con nada. Con un movimiento suave del
dedo índice levantó un poco la tapa, encontrando en el interior
solo una densa oscuridad.
–Puede
ser una trampa –Advirtió el policía –Aléjense un par de
metros.
Mientras
aquellos hombres se apartaban hasta terminar de espaldas contra la
pared podían contemplar a aquel hombre malherido inspeccionando la
caja. En una de las paredes, rompiendo la homogeneidad de sus
hermanas, se encontraba una enorme puerta de acero de la que no se
habían percatado. Enormes barrotes de acero cruzaban la puerta
sellándola. Parecía que estaban completamente atrapados allí.
II
El
agente de policía se decidió por fin a abrir la caja, descubriendo
en su interior y para su sorpresa tres bates de baseball, de los
cuales brotaban afilados y amenazantes clavos oxidados, y una tarjeta
donde estaba escrito con una máquina de escribir.
Tres
peones van a jugar.
Pero
solo uno se puede salvar.
Si
de la habitación quieres huir.
A
acabar con tus compañeros
debes recurrir.
El
policía introdujo con cuidado la mano en el interior de la caja,
sacando la tarjeta. Lo releía una y otra vez sin dar crédito a esas
palabras.
– ¿Qué
pone ahí, agente? –Dijo Troy mientras sudaba copiosamente.
Los
pensamientos del policía eran claros. No debían de leer esa nota.
Lo único que conseguiría sería ponerlos nerviosos y que acabaran
realizando cualquier estupidez de la que se arrepentirían toda su
vida.
–Nada
chico, no hay nada escrito.
–No
mienta agente –Repitió John rápidamente –Desde aquí puedo ver
las letras. Díganos lo que pone.
–Me
tienen pillado por los huevos.
–Pensó el policía.
Antes
de que pudiera percatarse de ello, John le había robado la tarjeta
de la mano. Leyó su contenido en voz alta con la rapidez con la que
lo habría hecho un niño de primaria, aunque entendió rápidamente
el mensaje mecanografiado en él.
–Joder…joder…joder,
joder, joder… –Echó un vistazo al interior de la caja, viendo
los bates de baseball. – ¡No me jodas!
El
hombre, arrojando la tarjeta al suelo, se abalanzó sobre aquella
caja. Entonces, un sonido potente y aterrador lo inundó todo como un
tsunami.
Del revólver del agente brotaba un fino hilo de humo.
–Ni
se te ocurra, Johnny.
III
– ¿¡Pero
qué cojones estás haciendo!? –Replicó Troy.
–Quiere
deshacerse de nosotros antes de que nos encarguemos nosotros de él.
–Dijo John enfurecido.
–Escuchaos.
Escuchad las tonterías y barbaridades que estáis diciendo. Aquí
nadie va a morir, al menos mientras yo esté aquí. Yo soy un agente
de la ley y debo protegeros ante cualquier imprevisto. Nadie va a
morir aquí.
John,
en un movimiento vertiginoso, consiguió sacar del interior de la
caja uno de los bates con aquellos clavos manando de él.
–No
voy a dejar que me jodas solo porque me sueltes un rollo de policías,
solo eres un hombrecillo de mierda.
El
ambiente comenzaba a tensarse por momentos, como los cables que
sujetan el peso de un puente.
–No
cometas un error del que arrepentirte, Johnny. Tira el bate y todo
saldrá bien.
– ¿Johnny?
¿¡Quién cojones te crees para llamarme así!? ¿¡Mi abuelo!?
¿Acaso crees que eres mi padre, o mí hermana? –Comenzó a decir
mientras avanzaba lentamente, paso a paso, hacia el policía que
seguía apuntándole con el arma. –No te permitiré que me hable
así un tío al que no conozco de nada, que ni tan siquiera me ha
dado su nombre, solo sé que va vestido como un madero…
–Atrás.
–…que
tiene la pipa de un madero…
–Detente.
–… ¡Y
QUÉ QUIERE JODERNOS Y SER EL ÚNICO QUE SALGA DE AQUÍ!
– ¡ALTO!
¡DETENTE O DISPARO!
–Claro
que sí, capullo. Claro que vas a disparar. Aunque ni si quiera…
–Antes de que pudiera acabar la frase, una bala brotó de su magnum
seguida de otra oleada de ruido frenético, introduciéndose en su
hombro y derribando a John.
IV
– ¡Madre
de Dios! –Gritó Troy a la vez que su papada temblaba como un flan.
–Le… ¡le ha disparado! Oh Dios mío… ¡Ese pobre hombre acaba
de morir!
–No
cometas el mismo error que él, Troy. –Dijo mientras le apuntaba
ahora a él con el arma.
– ¿Sabe
qué? Que ese pobre hombre tenía razón. Todo esto me
parece…demencial, ¿Vale? No quiero que pase nada, pero ese hombre
tenía razón en todas y cada una de las palabras que salían de su
boca. Usted…no es de fiar.
– ¿Vas
a intentar joderme a mí también, Troy? No quiero hacerte daño. Lo
que he dicho antes es cierto, mientras estéis aquí no habrá que
temer a nada; lo único que pido es que no intentéis joderme.
– ¿Te
estás escuchando a ti mismo? –Dijo mientras comenzaba a andar
hacia el policía, que estaba retomando la misma posición agresiva
que con John.
–A
ti no pienso repetírtelo más de una vez. Detente o disparo.
– ¿¡PERO
A TI QUÉ COJONES TE PASA!?
Troy
dio un paso en falso, y antes de caer al suelo, sus sesos y enormes
cuajarones de sangre pintaron la inmaculada pared que había tras él.
El
policía respiraba agitadamente, como si acabara de detenerse después
de correr una maratón. Miraba como el humeante cañón temblaba;
igual que su mano, igual que su cuerpo. Escuchó un leve quejido
proveniente de un estrato inferior. Agachó la mirada y contempló
que aunque había perdido mucha sangre, John seguía vivo.
–Hijo
de puta. –Masculló el policía.
Se
acercó a él y apuntó hacia su cabeza. Era un blanco fácil y
moribundo, no se volvería a librar de la muerte. “Así
podré al fin escapar de esta locura” pensó
egoístamente. Rozó con el dedo el helado tacto del gatillo. Su
acabado perfecto y brillante cromado. Estaba decidido, solo tenía
que volver a presionar el gatillo.
Lo
presionó y solo se escuchó un sonido metálico proveniente del
revólver. “¿¡No
me quedan balas!?”
pensó “¡EL
TIROTEO!” recordó
rápidamente.
Antes
de que pudiera darse cuenta, sintió el dolor punzante y agudo de los
clavos introduciéndose en su carne.
V
El
policía dio un grito que habría hecho sentir compasión al
mismísimo demonio. John sacó rápidamente el bate incrustado en su
pierna y comenzó a alzarse. El policía había caído al suelo,
presa del dolor, mientras agarraba su espinilla de la cual brotaba
abundante sangre. Miles de punzadas de dolor se aglomeraban en su
pierna, el dolor era intenso y los gritos desgarradores continuaban
naciendo de su garganta.
Apoyado
sobre el bate cubierto de una tímida capa de sangre, John permanecía
erguido y tambaleante, viendo la figura retorcida del agente de
policía.
–Saluda
a la golfa de tu madre de mi parte. –Dijo mientras alzaba el bate y
lanzaba un golpe seco sobre el cráneo del policía.
Los
clavos se habían introducido limpiamente en su cabeza y ahora
brotaba sangre de la boca y las cuencas de los ojos, dándole el
aspecto de un diablo.
John
soltó el bate, jadeante. Se acercó a la caja y agarró otro de los
que allí se encontraban. Entonces, lo escuchó.
Los
barrotes de la puerta comenzaron a deslizarse, abriendo poco a poco
la puerta. Se escuchaban cientos de sonidos metálicos que él no
lograba diferenciar para acabar con un fuerte sonido final. Luego
sintió una corriente de aire, que empujó levemente la pesada puerta
de hierro.
–Soy
libre… ¡Soy libre! ¡SOY LIBREEEEE!
Su
felicidad apenas duró tres segundos.
La
puerta se terminó de abrir violentamente. Tras ella, la figura
colosal de aquel hombre le instigó un pavor que no había sentido
nunca. Fue todo demasiado rápido. Era un hombre de raza negra, debía
medir alrededor del metro noventa y sus bíceps eran del tamaño de
la cabeza de John. Portaba una escopeta.
Apenas
tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir aquel lacerante dolor en su
pecho transformado en una masa sanguinolenta de casquería, John cayó
al suelo.
El
labio de aquel hombre vibraba como si tuviera vida propia, y aunque
sus brazos agarraban firmemente la escopeta, temblaban como los de un
niño asustado.
Tras
él, en la habitación de la que provenía, se encontraban diez
cadáveres apilados al lado de una caja alargada, en su interior se
encontraba el hueco de gomaespuma que encajaba a la perfección con
la escopeta y los restos de haber contenido una abundante ración de
munición. En su interior también se encontraba una tarjeta
perfectamente mecanografiada donde ponía:
MÁTALOS
A TODOS
Lo más difícil a la hora de aceptar un reto es cumplir e intentar superar la expectativas del retador. Bien, has cumplido, de eso no hay duda, ¿pero has superado las expectativas del retador? Mmm... absolutamente.
ResponderEliminarAmigo Rubén, si hay algo que queda claro después de leer tus relatos es que desbordas entusiasmo, y eso ya de por sí es encomiable. Pero esto era un reto, una vía que no permite imaginar libremente más allá de lo propuesto, unas pocas piezas sueltas con las que crear una narración corta, una narración que,¡demonios! ha sabido sacar partido a todas y cada una de ellas.
Tu historia es vibrante, intensa, violenta, con unos personajes que te llevan al límite y más allá gracias a ese magnífico twist final.
Finalmente, lo que ha sido un reto para ti se ha convertido en un placer para mí.
Ya sabes, cuando te apetezca aceptar otro reto...
Me alegro muchísimo que ye halla gustado :D Porque estoy en la biblioteca, si no daría saltos de alegría ^^
EliminarCuando quieras, sabes donde encontrarme. Tú y cualquiera que quiera retarme ;)