martes, 8 de mayo de 2012

El reto de Apolo - La caja-

Bueno, por fin después de muchas dificultades técnicas está terminado y publicado. Sin más dilación os presento el resultado del reto propuesto por Apolo Sánchez.

Os recuerdo que sus palabras fueron: "Tres personas, una habitación y una caja" y este, es el resultado :)

¡Disfrutad y comentad!

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El bar Daytona se presentaba como todos los días desde hacía más de diez años, como una cueva revestida por una capa de listones lacados de madera donde a la luz le avergonzaba adentrarse. En la barra, el lobo solitario y mamador de la ubre del alcoholismo que era John Straus se encontraba apurando su último vaso de whiskey.

Doce, tío… ¿¡Te lo puedes creer!? ¡He batido mi propio record! Eso…eso hay que celebrarlo…–Consiguió balbucear después de un gran esfuerzo. –Marchando otra rondita. 
 
John, creo que has bebido demasiado. –Dijo el camarero mientras le lanzaba una mirada de desprecio afilada como un cuchillo.

Aquel hombre solitario apoyado en la barra, borracho como una cuba, agarró el vaso vacío y lo golpeó fuertemente contra la barra mientras le devolvía una mirada desafiante. 
 
Yo te diré cuando es suficiente, Hammon.

Sin mediar palabra el camarero se inclinó y sacó del interior de la barra una botella de Jack Daniels sin empezar. Aquel objeto se le presentó a John como si se tratara de la panacea a todos sus males. Con ansia, se abalanzó sobre la botella y la abrió, recibiendo en sus fosas nasales el impacto de aquel fuerte olor a alcohol. Con mano temblorosa se consiguió echar otro vaso, derramando en el intento más que lo que realmente se había introducido en el interior del brillante recipiente de cristal.
Solo había dado dos tragos a la que sería su decimotercera copa antes de perder el conocimiento.

I
La mente de John se encontraba atrapada en una montaña rusa que parecía no tener fin. Se balanceaba arriba y abajo, a ambos lados e incluso parecía rodar sobre sí misma, la sensación era completamente angustiosa. El dolor en su cabeza, lacerante. Tenía también la sensación de que en su estómago se habían colado un par de ardillas y peleaban entre ellas por una avellana. Todo aquel bullicio de sentimientos solo podía significar otra cosa, estaba despertando con otra fuerte resaca. 
 
Lentamente abrió los ojos, esperando lo peor. El sol que entraba por la ventana le impactó de lleno en los ojos, recibiéndolos como una puñalada. Se descubrió a si mismo tumbado en el suelo de una habitación, con la camisa llena de vómito y sintiendo su lengua como si se tratara de un sucio y roído trapo. 
 
¿Dónde…dónde estoy?” Se preguntó. 
 
Aquella habitación estaba completamente vacía. Sus paredes blancas e inmaculadas estaban libres de cualquier adorno o cuadro. Por los ventanales amplios y translúcidos se podía contemplar toda la ciudad, pero ¿Qué ciudad era aquella? John había vivido toda su vida en Chicago y aquellos edificios y aquel río no se correspondían para nada a su ciudad natal. Estaba completamente desorientado. 
 
Algo llamó su atención dentro de aquella habitación, en dos de las tres esquinas restantes, se encontraban también otras personas que aún permanecían atrapadas bajo las garras de Morfeo, y en el centro de la habitación, una gran caja de cartón. 
 
En una de las esquinas, un hombre corpulento y obeso con una vestimenta de andar por casa se encontraba apoyado contra la pared, donde ya empezaba a despertarse. En la otra esquina, un hombre vestido con el uniforme de policía de la ciudad de Nueva York se encontraba con un agujero rodeado de una mancha oscura en un hombro de su camisa. 
 
John intentó levantarse, y aunque calló varias veces al suelo no desistió y al final acabó por incorporarse, apoyado contra la pared. 
 
De repente, un acceso de tos ronca apareció de repente de aquel enorme hombre que, poco a poco, comenzaba a levantar la cabeza. 
 
Dónde… ¿Dónde coño estamos? –Preguntó aturdido aquella extraña voz familiar.
No lo sé, yo también he despertado aquí. 
 
Ayúdame a levantarme, ¿quieres? 
 
John se acercó hacia aquella mole de grasa y arterias colapsadas y le ayudó a levantarse. 
 
¿Cómo he aparecido aquí? Acababa de echarle la comida a Lucky en su bol cuando tomé un vaso de agua del grifo y entonces…supongo que me daría un golpe de calor… ¿Podría decirme dónde estamos?

No lo sé, yo llevo toda mi vida viviendo en Chicago y puedo asegurarle que no estamos ahí.
Chi… ¿¡Chicago!? –Balbuceó el hombre anonadado.

Eh, sí. ¿Qué usted de dónde es?

Yo soy de Kingsville, Texas. 
 
Al escuchar estas palabras sintió un enorme vacío en su estómago, como si se hubiera creado un pequeño agujero negro en su interior. Pero aquella sensación no estaba provocada por aquellas ardillas que correteaban fruto de otra noche de alcohol, sino por las palabras de aquel hombre “¿Texas? ¿¡Este hombre es de Texas!?” Pensó “¿Pero dónde coño estamos?”
 
A…aa…ayuda… –Fueron las palabras que le despertaron de su letargo. El policía empezaba a recobrar el sentido. –Ayudadme. 
 
Rápidamente se abalanzaron sobre el policía y con mucho cuidado, consiguieron incorporarle. Presentaba una oscura mancha en su camisa de policía. Bajo ella se encontraba un generoso vendaje manchado de sangre. 
 
¿Esto es la nueva sala del despertar del hospital? Joder…cada día hay más recortes en sanidad y ya nos tienen en el suelo, tirados como a perros. 
 
Esto no parece ningún hospital, agente. –Dijo el hombre sobrealimentado. 
 
Un momento, ¿Dónde estamos? Esto no es Nueva York…yo…yo estaba en medio de un tiroteo con unos atracadores…recuerdo el disparo en el hombro…y también recuerdo el sonido de las sirenas y los “todo va a salir bien” característicos de los enfermeros…recuerdo vagamente aquella máscara de gas, supongo que irían a operarme –Entonces el agente se miró el vendaje –y al menos eso parece.

Yo caí inconsciente en el bar. Soy John y vengo de Chicago. 
 
Troy, Texas. Aparecí aquí después de darle de comer a mi perro. Al menos sé que mi chiquitín tiene comida suficiente hasta que yo vuelva. 
 
Los tres se miraron entre ellos. La semilla de la desconfianza estaba comenzando a brotar, nadie reconocía la ciudad que se encontraba a sus pies. Nadie sabía cómo habían llegado hasta aquel lugar y aunque todos habían reparado en ella, nadie sabía que era o que contenía esa caja. 
 
¿Y eso? –Dijo el agente mientras señalaba con la mirada aquella caja. 
 
No tengo ni idea, cuando desperté ya estaba aquí. Debe de haberla puesto quien quiera que nos haya traído hasta aquí. 
 
El agente se acercó a ella lentamente, como quien camina por la oscuridad esperando no tropezar con nada. Con un movimiento suave del dedo índice levantó un poco la tapa, encontrando en el interior solo una densa oscuridad. 
 
Puede ser una trampa –Advirtió el policía –Aléjense un par de metros. 
 
Mientras aquellos hombres se apartaban hasta terminar de espaldas contra la pared podían contemplar a aquel hombre malherido inspeccionando la caja. En una de las paredes, rompiendo la homogeneidad de sus hermanas, se encontraba una enorme puerta de acero de la que no se habían percatado. Enormes barrotes de acero cruzaban la puerta sellándola. Parecía que estaban completamente atrapados allí.
II
El agente de policía se decidió por fin a abrir la caja, descubriendo en su interior y para su sorpresa tres bates de baseball, de los cuales brotaban afilados y amenazantes clavos oxidados, y una tarjeta donde estaba escrito con una máquina de escribir.
 
Tres peones van a jugar.
Pero solo uno se puede salvar.
Si de la habitación quieres huir.
A acabar con tus compañeros debes recurrir.

El policía introdujo con cuidado la mano en el interior de la caja, sacando la tarjeta. Lo releía una y otra vez sin dar crédito a esas palabras. 
 
¿Qué pone ahí, agente? –Dijo Troy mientras sudaba copiosamente.

Los pensamientos del policía eran claros. No debían de leer esa nota. Lo único que conseguiría sería ponerlos nerviosos y que acabaran realizando cualquier estupidez de la que se arrepentirían toda su vida. 
 
Nada chico, no hay nada escrito. 
 
No mienta agente –Repitió John rápidamente –Desde aquí puedo ver las letras. Díganos lo que pone.

Me tienen pillado por los huevos. –Pensó el policía. 
 
Antes de que pudiera percatarse de ello, John le había robado la tarjeta de la mano. Leyó su contenido en voz alta con la rapidez con la que lo habría hecho un niño de primaria, aunque entendió rápidamente el mensaje mecanografiado en él. 
 
Joder…joder…joder, joder, joder… –Echó un vistazo al interior de la caja, viendo los bates de baseball. – ¡No me jodas! 
 
El hombre, arrojando la tarjeta al suelo, se abalanzó sobre aquella caja. Entonces, un sonido potente y aterrador lo inundó todo como un tsunami. Del revólver del agente brotaba un fino hilo de humo. 
 
Ni se te ocurra, Johnny.
III

¿¡Pero qué cojones estás haciendo!? –Replicó Troy. 
 
Quiere deshacerse de nosotros antes de que nos encarguemos nosotros de él. –Dijo John enfurecido.

Escuchaos. Escuchad las tonterías y barbaridades que estáis diciendo. Aquí nadie va a morir, al menos mientras yo esté aquí. Yo soy un agente de la ley y debo protegeros ante cualquier imprevisto. Nadie va a morir aquí. 
 
John, en un movimiento vertiginoso, consiguió sacar del interior de la caja uno de los bates con aquellos clavos manando de él. 
 
No voy a dejar que me jodas solo porque me sueltes un rollo de policías, solo eres un hombrecillo de mierda.

El ambiente comenzaba a tensarse por momentos, como los cables que sujetan el peso de un puente. 
 
No cometas un error del que arrepentirte, Johnny. Tira el bate y todo saldrá bien.

¿Johnny? ¿¡Quién cojones te crees para llamarme así!? ¿¡Mi abuelo!? ¿Acaso crees que eres mi padre, o mí hermana? –Comenzó a decir mientras avanzaba lentamente, paso a paso, hacia el policía que seguía apuntándole con el arma. –No te permitiré que me hable así un tío al que no conozco de nada, que ni tan siquiera me ha dado su nombre, solo sé que va vestido como un madero…

Atrás.

–…que tiene la pipa de un madero…

Detente.

–… ¡Y QUÉ QUIERE JODERNOS Y SER EL ÚNICO QUE SALGA DE AQUÍ!

¡ALTO! ¡DETENTE O DISPARO!

Claro que sí, capullo. Claro que vas a disparar. Aunque ni si quiera… –Antes de que pudiera acabar la frase, una bala brotó de su magnum seguida de otra oleada de ruido frenético, introduciéndose en su hombro y derribando a John.

IV
¡Madre de Dios! –Gritó Troy a la vez que su papada temblaba como un flan. –Le… ¡le ha disparado! Oh Dios mío… ¡Ese pobre hombre acaba de morir!

No cometas el mismo error que él, Troy. –Dijo mientras le apuntaba ahora a él con el arma. 
 
¿Sabe qué? Que ese pobre hombre tenía razón. Todo esto me parece…demencial, ¿Vale? No quiero que pase nada, pero ese hombre tenía razón en todas y cada una de las palabras que salían de su boca. Usted…no es de fiar. 
 
¿Vas a intentar joderme a mí también, Troy? No quiero hacerte daño. Lo que he dicho antes es cierto, mientras estéis aquí no habrá que temer a nada; lo único que pido es que no intentéis joderme. 
 
¿Te estás escuchando a ti mismo? –Dijo mientras comenzaba a andar hacia el policía, que estaba retomando la misma posición agresiva que con John. 
 
A ti no pienso repetírtelo más de una vez. Detente o disparo. 
 
¿¡PERO A TI QUÉ COJONES TE PASA!?

Troy dio un paso en falso, y antes de caer al suelo, sus sesos y enormes cuajarones de sangre pintaron la inmaculada pared que había tras él. 
 
El policía respiraba agitadamente, como si acabara de detenerse después de correr una maratón. Miraba como el humeante cañón temblaba; igual que su mano, igual que su cuerpo. Escuchó un leve quejido proveniente de un estrato inferior. Agachó la mirada y contempló que aunque había perdido mucha sangre, John seguía vivo. 
 
Hijo de puta. –Masculló el policía. 
 
Se acercó a él y apuntó hacia su cabeza. Era un blanco fácil y moribundo, no se volvería a librar de la muerte. “Así podré al fin escapar de esta locura” pensó egoístamente. Rozó con el dedo el helado tacto del gatillo. Su acabado perfecto y brillante cromado. Estaba decidido, solo tenía que volver a presionar el gatillo. 
 
Lo presionó y solo se escuchó un sonido metálico proveniente del revólver. “¿¡No me quedan balas!?” pensó “¡EL TIROTEO!” recordó rápidamente.
Antes de que pudiera darse cuenta, sintió el dolor punzante y agudo de los clavos introduciéndose en su carne.

V
El policía dio un grito que habría hecho sentir compasión al mismísimo demonio. John sacó rápidamente el bate incrustado en su pierna y comenzó a alzarse. El policía había caído al suelo, presa del dolor, mientras agarraba su espinilla de la cual brotaba abundante sangre. Miles de punzadas de dolor se aglomeraban en su pierna, el dolor era intenso y los gritos desgarradores continuaban naciendo de su garganta.

Apoyado sobre el bate cubierto de una tímida capa de sangre, John permanecía erguido y tambaleante, viendo la figura retorcida del agente de policía. 
 
Saluda a la golfa de tu madre de mi parte. –Dijo mientras alzaba el bate y lanzaba un golpe seco sobre el cráneo del policía. 
 
Los clavos se habían introducido limpiamente en su cabeza y ahora brotaba sangre de la boca y las cuencas de los ojos, dándole el aspecto de un diablo.

John soltó el bate, jadeante. Se acercó a la caja y agarró otro de los que allí se encontraban. Entonces, lo escuchó. 
 
Los barrotes de la puerta comenzaron a deslizarse, abriendo poco a poco la puerta. Se escuchaban cientos de sonidos metálicos que él no lograba diferenciar para acabar con un fuerte sonido final. Luego sintió una corriente de aire, que empujó levemente la pesada puerta de hierro. 
 
Soy libre… ¡Soy libre! ¡SOY LIBREEEEE!

Su felicidad apenas duró tres segundos.

La puerta se terminó de abrir violentamente. Tras ella, la figura colosal de aquel hombre le instigó un pavor que no había sentido nunca. Fue todo demasiado rápido. Era un hombre de raza negra, debía medir alrededor del metro noventa y sus bíceps eran del tamaño de la cabeza de John. Portaba una escopeta. 
 
Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir aquel lacerante dolor en su pecho transformado en una masa sanguinolenta de casquería, John cayó al suelo. 
 
El labio de aquel hombre vibraba como si tuviera vida propia, y aunque sus brazos agarraban firmemente la escopeta, temblaban como los de un niño asustado.

Tras él, en la habitación de la que provenía, se encontraban diez cadáveres apilados al lado de una caja alargada, en su interior se encontraba el hueco de gomaespuma que encajaba a la perfección con la escopeta y los restos de haber contenido una abundante ración de munición. En su interior también se encontraba una tarjeta perfectamente mecanografiada donde ponía:

MÁTALOS A TODOS

2 comentarios:

  1. Lo más difícil a la hora de aceptar un reto es cumplir e intentar superar la expectativas del retador. Bien, has cumplido, de eso no hay duda, ¿pero has superado las expectativas del retador? Mmm... absolutamente.

    Amigo Rubén, si hay algo que queda claro después de leer tus relatos es que desbordas entusiasmo, y eso ya de por sí es encomiable. Pero esto era un reto, una vía que no permite imaginar libremente más allá de lo propuesto, unas pocas piezas sueltas con las que crear una narración corta, una narración que,¡demonios! ha sabido sacar partido a todas y cada una de ellas.

    Tu historia es vibrante, intensa, violenta, con unos personajes que te llevan al límite y más allá gracias a ese magnífico twist final.

    Finalmente, lo que ha sido un reto para ti se ha convertido en un placer para mí.

    Ya sabes, cuando te apetezca aceptar otro reto...

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    1. Me alegro muchísimo que ye halla gustado :D Porque estoy en la biblioteca, si no daría saltos de alegría ^^

      Cuando quieras, sabes donde encontrarme. Tú y cualquiera que quiera retarme ;)

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